La libertad que nadie puede tocar: Viktor Frankl y el poder de elegir tu actitud
La libertad que nadie puede tocar
“Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal ante las circunstancias”.
Hay frases que no se leen: se sienten como un golpe. Viktor Frankl dejó una de esas:
No lo escribió en un retiro espiritual ni lo improvisó como un consejo de café. Lo escribió después de sobrevivir a los campos de concentración nazis, donde perdió a su familia, su vida anterior y casi a sí mismo. Y aun así, en medio de la deshumanización, descubrió algo que nadie pudo tocar: la libertad interior.
Una libertad sin barrotes
Frankl fue psiquiatra y fundador de la logoterapia, esa corriente que entiende la búsqueda de sentido como la fuerza central de la vida. Lo fascinante es que esa idea no nació en una cátedra universitaria, sino en el lugar más atroz que pueda imaginarse.
En condiciones límite comprendió que, incluso cuando lo externo está decidido por otros, lo íntimo permanece. El hombre puede elegir su actitud, decidir cómo responder, incluso cuando no tiene poder sobre nada más. Esa pequeña chispa lo mantenía humano en un entorno diseñado para apagar toda dignidad.
Y ahí aparece la paradoja: cuanto más le quitaron, más evidente se hacía que había un reducto imposible de confiscar. Una libertad silenciosa, invisible, pero absolutamente real.
Lo que nos enseña hoy
El mensaje de Frankl resuena sin necesidad de comparaciones ni exageraciones: no se trata de medir dolores, sino de recordar que siempre queda un margen de decisión interior.
No siempre podemos cambiar lo que ocurre.
Sí podemos elegir la manera en que lo vivimos.
Ese espacio no elimina el dolor, pero impide que se convierta en condena. Ahí radica la diferencia entre sufrir y encontrar un sentido que sostenga.
Lo interesante es que esta idea no murió con él. Su libro El hombre en busca de sentido ha vendido millones de copias y sigue citándose en ámbitos tan dispares como la psicología clínica, el management empresarial y la autoayuda espiritual. Algo de fondo debe tener para que un testimonio escrito en 1946 todavía hable al oído de un lector del siglo XXI.
Un sentido frente al vacío
Frankl insistía en que el ser humano no se define por la búsqueda de placer (como decía Freud) ni por la voluntad de poder (como sostenía Adler), sino por la voluntad de sentido. Esa búsqueda, afirmaba, es tan vital como el aire que respiramos.
Cuando ese sentido se quiebra, lo que aparece es el vacío existencial: apatía, cinismo, incluso autodestrucción. En cambio, cuando encontramos un porqué, el cómo se vuelve soportable.
La clave está en esa frase que cita a Nietzsche y que Frankl repite como un mantra: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
La trampa de la libertad moderna
Hoy hablamos de libertad con ligereza. Asociamos ser libres a tener opciones: elegir qué serie ver, qué destino de viaje tomar, qué app descargar. Vivimos rodeados de catálogos infinitos. Y sin embargo, muchas veces nos sentimos más atrapados que nunca.
Quizás porque confundimos opciones externas con libertad interior. El exceso de posibilidades no nos hace más libres, solo más ansiosos. La libertad real no está en elegir entre diez marcas de café, sino en decidir quién soy frente a lo inevitable.
Y aquí es donde Frankl incomoda. Nos recuerda que la libertad no depende de cuántas puertas me abre el mundo, sino de la llave que siempre llevo dentro.
La incomodidad de hacerse cargo
Aceptar esto no es fácil. Es más cómodo pensar que todo depende de factores externos: la economía, la política, la suerte, los demás. La libertad interior, en cambio, me obliga a reconocer que siempre tengo un grado de responsabilidad en mi manera de vivir.
No significa negar el dolor ni minimizar las circunstancias. Significa aceptar que, incluso en la peor de ellas, sigue habiendo un espacio para decidir. Y ese espacio puede ser pequeño, mínimo, pero existe.
Frankl lo descubrió en el extremo más oscuro de la historia. Nosotros podemos recordarlo en los pliegues más grises de la vida cotidiana.
Un eco que no se apaga
Casi ocho décadas después, su voz sigue resonando porque no promete fórmulas fáciles. No dice “todo estará bien”, no invita a negar la realidad. Simplemente recuerda algo incómodo y liberador a la vez: que la vida siempre nos plantea la misma pregunta, y somos nosotros quienes respondemos con nuestras decisiones.
El sentido no es un regalo que llega de afuera, es una construcción íntima, muchas veces silenciosa. Y ahí radica la libertad que nadie puede tocar.
Epílogo abierto
Frankl no romantizó el dolor ni vendió optimismo barato. Mostró que existe un ámbito de libertad que ninguna fuerza externa puede arrebatar. Esa libertad interior no resuelve todos los problemas, pero cambia la manera en que caminamos sobre ellos.
En ese terreno silencioso, donde nadie más puede entrar, comienza otra forma de vivir.