¿La IA está destruyendo empleos? No tan rápido…

¿La IA está destruyendo empleos? No tan rápido…

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¿La IA está destruyendo empleos? No tan rápido…

Cada vez que se lanza una nueva herramienta de inteligencia artificial, los titulares se repiten: “la IA va a reemplazar a los trabajadores humanos”. Pero ¿y si ese no fuera realmente el problema? ¿Y si el problema no fuera la pérdida de empleos, sino quién se queda con los beneficios de esa pérdida?

Vivimos en un mundo donde la tecnología evoluciona a velocidades exponenciales. La promesa es siempre la misma: mayor productividad, menos trabajo repetitivo, más tiempo para la creatividad y la vida personal. Suena bien, ¿no?

Entonces, ¿por qué tanta gente está preocupada?

El doble filo de la productividad

La IA puede hacer que una empresa produzca el doble con la mitad de trabajadores. Desde el punto de vista económico, eso es eficiencia pura. Pero la eficiencia no es neutra.

  • Si esa eficiencia reduce costos y aumenta ganancias, ¿a quién beneficia?

  • Si el trabajo humano se vuelve prescindible, ¿qué pasa con quienes dependen de ese trabajo para vivir?

La lógica capitalista no premia la distribución justa. Premia la concentración de recursos. Por eso, aunque la productividad aumente, los beneficios rara vez se reparten de forma equitativa.

Históricamente, los grandes saltos tecnológicos han sido seguidos por ajustes sociales profundos: sindicatos, leyes laborales, educación pública, redistribución de la riqueza. Hoy, sin embargo, la velocidad de cambio está dejando atrás esa capacidad de adaptación.

El resultado: más personas desplazadas por la tecnología que absorbidas por nuevas oportunidades laborales.

¿De verdad la IA “destruye” empleos?

La IA no es una entidad que toma decisiones por sí sola. Son empresas, gobiernos y tomadores de decisiones quienes eligen cómo usarla. Y ahí está el meollo del asunto.

Por ejemplo:

  • En vez de reemplazar tareas, muchas empresas están reemplazando puestos completos.

  • En vez de capacitar a sus trabajadores para usar herramientas de IA, optan por reducir plantilla.

  • En vez de usar la IA para aliviar cargas laborales, se usa para aumentar métricas sin aumentar salarios.

Así, no es que la IA esté “quitando” empleos, sino que se está decidiendo usarla como herramienta de reducción de costos laborales, sin diseñar un plan de integración humana.

¿El problema es la IA o el modelo económico?

Imaginemos dos escenarios:

Escenario A: La IA al servicio de todos

La inteligencia artificial automatiza lo repetitivo, reduce la jornada laboral, permite redistribuir la riqueza generada. Las personas trabajan menos, viven mejor, se enfocan en creatividad, relaciones y bienestar. La productividad se convierte en calidad de vida. Incluso podríamos imaginar un sistema donde se remunere el tiempo de estudio, cuidado comunitario o voluntariado.

Escenario B: La IA al servicio de unos pocos

Las empresas reducen su planta, incrementan márgenes, concentran poder. Los trabajadores pierden empleos, o se ven obligados a competir con algoritmos por menos paga. La productividad se convierte en desigualdad, en desempleo crónico, en trabajos cada vez más precarios y deshumanizantes.

Hoy, el mundo parece caminar directo hacia el Escenario B. No porque sea inevitable, sino porque es más rentable para quienes están en la cima.

Lecciones de otras revoluciones tecnológicas

La Revolución Industrial también destruyó empleos. Los tejedores manuales vieron cómo sus oficios eran reemplazados por telares mecánicos. Pero a largo plazo, surgieron nuevas industrias, nuevos oficios… y también nuevos conflictos.

  • En el siglo XIX surgieron los sindicatos como respuesta al abuso empresarial.

  • La jornada laboral de 8 horas, los derechos laborales, la educación obligatoria: nada de eso fue espontáneo. Fue producto de luchas sociales.

Hoy estamos en una nueva revolución, pero sin un movimiento social de igual fuerza que equilibre el poder.

¿Estamos aprendiendo de la historia o estamos repitiendo la parte donde una minoría explota el cambio antes de que la mayoría tenga cómo reaccionar?

Más allá del empleo: ¿qué pasa con el sentido del trabajo?

Otro tema poco discutido es el significado cultural del trabajo. Durante siglos, nuestras identidades se han construido en torno al oficio, la profesión, el rol social productivo. ¿Qué ocurre cuando una generación entera se enfrenta a un mercado que ya no los necesita?

Esto plantea desafíos no solo económicos, sino también psicológicos y filosóficos:

  • ¿Podemos construir una sociedad donde el valor individual no esté atado al empleo?

  • ¿Estamos preparados para vivir sin que nuestra dignidad dependa de producir?

La IA no solo desafía la estructura laboral. Desafía nuestra idea de propósito.

¿Y si redefinimos el concepto de riqueza?

Actualmente, la riqueza se mide en productividad, capital acumulado y rendimiento financiero. Pero si la IA puede hacer más con menos, ¿por qué seguimos midiendo el éxito en función del capital individual acumulado?

Una sociedad post-IA debería preguntarse:

  • ¿Qué pasaría si midieramos riqueza en términos de bienestar colectivo?

  • ¿Qué lugar le damos al tiempo libre, la salud mental, el acceso universal al conocimiento?

Redistribuir la productividad no es regalar dinero: es redefinir qué consideramos valioso.

¿Qué podemos hacer? Una política para el futuro

La pregunta clave no es si la IA destruirá empleos. Eso ya está ocurriendo. La pregunta es: ¿cómo rediseñamos el contrato social para que esa transformación beneficie a todos y no solo a quienes controlan la tecnología?

Ideas como:

  • Imponer impuestos a la automatización excesiva (como propone el propio Bill Gates).

  • Financiar una renta básica universal para cubrir necesidades mínimas.

  • Reducir la jornada laboral sin reducir salarios.

  • Promover la educación tecnológica desde etapas tempranas.

  • Democratizar el acceso y la propiedad de las tecnologías de IA.

  • Fomentar cooperativas tecnológicas y modelos de gobernanza ética.

Esto requiere voluntad política, pero también presión ciudadana organizada. Si no exigimos un nuevo pacto social, la inercia del sistema actual solo profundizará la brecha.

En resumen

La inteligencia artificial no es el enemigo. El enemigo es la desigualdad disfrazada de eficiencia.

No se trata de frenar el avance, sino de preguntarnos hacia dónde nos lleva y para quién trabaja esa inteligencia.

Tal vez la pregunta más honesta no sea: “¿la IA va a quitarme el trabajo?” sino:

“¿Quién está ganando con mi reemplazo?”

Y, más aún:

“¿Estamos dispuestos a construir un futuro donde el progreso sirva a todos, y no solo a unos pocos?”